La suave y tersa piel, los dedos que la recorren de arriba abajo sin mirar, sin pararse a pensar. No es el momento de pensar, es el momento de actuar, no puedes pensar, el deseo te nubla la vista, el calor que sientes de la piel de tu compañera te hace sentirte vivo, te hace arder de pasión, te levanta los ánimos, la metes con dulzura y la sacas con dureza, y sigues recorriendo esa piel con la lengua y la mirada y es algo que te encanta, que te gusta y excita, y quieres más y ella te lo pide, y oyes sus gemidos y eso te vuelve a animar y al fin te corres y descansáis.
Y mientras ella duerme abrazada a ti, te fijas. ¿De que color es su piel? ¿Y la tuya? Carne. ¿No? No. Fíjate bien. ¿De qué color es la carne? Rosa, negra, marrón. Pero... mi piel no es rosa, ni negra, ni marrón. Yo siempre he dicho carne. Pues te equivocabas. La carne tiene esos colores. ¿De que color es nuestra piel?
No lo sabemos, ¿verdad? Nuestra piel no tiene nombre. Mentira. Lo tiene. La llaman blanca. Mi piel no es blanca. ¿Por qué la llaman blanca entonces? Porque mi compañero es negro. Y su piel si tiene nombre. Y por ello el hombre blanco decidió ser lo contrario a él. Porque él quería ser mejor, pero no lo era. Se inventó que era mejor. Se inventó que el color blanco era como mi piel. Y así fue. Ahora soy blanca. Y yo no le veo el parecido al blanco de mi pared con el color de mi piel.
¿Y cual es el color de mi piel?
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