viernes, 28 de febrero de 2014

Mi dulce introducción al caos

A mi al rededor solo veía fuego. Llevaba la capucha puesta y la palestina tapándome la boca. Andaba tranquila y sonriente. Había encontrado lo que tanto buscaba: mi libertad. El olor a pólvora mezclado con gasolina era demasiado dulce. Habíamos destruido el mundo practicamente. Que bonito era todo. Creo que por primera vez en vida fui feliz. Respiraba hondo. Me recorría la piel una sensación de tranquilidad. ¿Por qué lo hicimos? Por simple justicia. Estábamos hartos de aquello, y lo destruimos.

Fuego, fuego y más fuego. Aquel calor tan placentero, casi como el sexo, me reconfortaba. Era cálido. Me sentía cómoda conmigo misma. Libre al fin. Sin ataduras, sin presión. Habíamos quemado y destruido todo aquello que nos oprimía y nos explotaba. El dinero, las empresas, los bancos, la escuela, incluso la tecnología que falsamente habíamos creído amar, cuando tan solo nos robaba nuestra libertad y nos hacía esclavos a ella.

Veía en los rostros de los peces gordos, vestidos con sus trajes, el miedo y la desesperación que hacía apenas unos minutos estaban en los rostros de los que eran explotados por ellos y que nos habían ayudado a conseguir aquello. Ver sus rostros me producía más placer. Pero el placer que sentía por el sufrimiento de los que odiaba no era ni comparable con el placer que sentía al ver la felicidad de aquel grupo de niños que se habían liberado de las cadenas de la sociedad, y que ahora eran libres y podían ser simplemente niños. Cerca de ellos, había un pequeño grupo de los cuerpos de seguridad del ya, inexistente Estado. Sus caras eran extrañas. Veía miedo, pero a su vez veía paz. Veía la misma sensación de tranquilidad que yo sentía. Quizá no eran tan malos como parecían. Tan solo eran cobardes que cumplían órdenes, como hacíamos todos, pero sus órdenes eran acabar con nosotros. Creo que en realidad, querían acabar con el sistema igual que el resto, pero tenían miedo a hacerlo. ¿Por qué? No lo sé, nunca pregunté. Lo importante era que habíamos acabado con él. Habíamos ganado la batalla que duraba desde hacía siglos. Y lo habíamos hecho en apenas unos minutos. Unos minutos dulces, que sabían a gloria.

Era hora de ir apagando los fuegos. Y de construir nuestra nueva ansiada sociedad, que todavía no sabíamos como seguir adelante pero no importaba, al fin lo habíamos conseguido. Nuestra revolución.

No hay comentarios:

Publicar un comentario