lunes, 31 de agosto de 2015

Dulce infierno

Estaba inerte, mi piel, a oscuras, ya no sentía. Me había quedado vacía, no recordaba ni la luz del sol.

El sonido de tu voz me erizó la piel, que seguía triste, incolora y llorosa.

Un beso de buenas noches, una caracia en la espalda, un arañazo en el alma.

Las estrellas invisibles de mi cielo, tus ojos dilatados, tus gemidos, los míos.

Había dejado de llorar, era ahora el sudor quien me bañaba, eran tus dedos quienes me mojaban.

Hasta lo más profundo de mi corazón. Por cada roce aparecía un nuevo color. La luz de la luna entraba por mi ventana, a trasluz te observaba.

Ya no estaba vacía. Ardíame la vida, aquello era lo más parecido al infierno. Al dulce infierno.

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